sólo el silencio se atrevía a levantar la voz,
insumiso,
para evitar la nada.
El tiempo se dilataba,
menguaba,
perdía su sentido,
consideraba el suicidio.
Las palabras yacían exangües,
ajenas a toda razón,
a toda lógica,
sin mano armada que las blandiese,
sin mano amada que las libase.
Los poetas ya no existen,
ya no existe la poesía
y sólo podemos imaginar otros mundos,
dejarnos embriagar
o engañar.
Vendimos a crédito la esperanza
por un único gramo de cordura
que sabe a cerrado
y huele a muerte.
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