domingo, 23 de octubre de 2016

Los monstruos



Poco a poco, uno aprende a perder,
a conjurar la sonrisa
para no ahogarse en la pena,
a aprender a endurecerse,
a no dejarse querer.

Las derrotas se acumulan,
como el polvo
sobre una estantería vacía de trofeos
y de sueños
a la que procuras no mirar.

Las estrellas de pop languidecen,
junto con los futbolistas,
entre las raídas páginas de una carpeta ajada
que se pudre en un armario,
en un trastero,
esperando una mudanza,
una hoguera.

El amor era poesía,
apenas una moda adolescente
que pronto descubría su absurdo.
Un lenguaje ficticio.
Una herida abierta supurando
que duele como dos.

El amor era un contrato inquebrantable,
una palabra firme,
una mano tendida
a la que aferrarse,
cuando arrecia el temporal
y la niebla hechiza los caminos.

El amor era la excusa, nimia,
para no perder la custodia de nuestra esperanza,
para sobrevivir viviendo.

La soledad se impuso.
Llegó para henchir.
Se instaló.
Reveló todos los monstruos
y se fue,
dejando sólo vacío.

Ahora ya sabemos pisar
sin dejar huella.

No hay comentarios:

Publicar un comentario