Quisimos vengar la ilusión
-tantas veces derrotada
y ya dada por muerta-
entrelazando nuestras manos
en pos de un horizonte
de luz y de azúcar.
Nos acercamos al precipicio
ávidos de volar sin alas,
de vivir sin dueños,
y saltamos.
Aprendimos a dormir sin sueño,
a cantar sin ganas
y a comer sin hambre,
a besar insípido y lento
sólo por parecernos a ellos.
Pero no,
nosotros no podemos morir sin duelo,
no sabemos soñar sin miedo.
Nosotros sangramos.
Nosotros no somos metáfora,
pero sí sabemos despeñarnos,
gritando o en silencio,
reticentes o anhelantes,
acabados.
Venganza sólo es otra palabra,
vacía y manida,
que se perderá
como el aliento que exhala estos versos.
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