lunes, 26 de diciembre de 2016

Bendita cabrona

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Bendita cuando llegaste,
no se sabe dónde
ni se sabe cuándo,
a beberte la vida y la calle.

A tu paso las miradas,
tenues, inquisitivas,
callaban las verdades
que imponen las almas.

Todos los secretos eran mentira,
todos menos tú.

Bendita cuando te miro
y, escondido del mundo,
te hago un monumento
que culmina en un suspiro.

En este presente que no ha de durar,
que es efímero
y tempestivo.

Bendita cuando te vayas
y los recuerdos te suplanten
y la risa se ahogue
y la vida naufrague.

Bendita cabrona cada hora
que le hurtes a la muerte,
que persigas otro sueño,
que indultes mi buena mala suerte.

Bendita cabrona.

domingo, 25 de diciembre de 2016

Bucles asesinos

Soliviantamos el tiempo con la mirada,
pero eso no bastaba,
la eternidad nunca fue suficiente
para el que sueña con la totale,
el doble o nada,
quebrar la banca.

Saltamos más lejos y más alto,
pero el mundo es una esfera,
y gira.

Absurdos intentamos un amor
que no supimos hacer,
que nació, como nosotros,
para morir en silencio.

Las noches se ofuscan
al ritmo de un tic-tac traidor
que me desvela.
Otra vez.

Vivimos hartos de bucles asesinos.

Alguien desea feliz navidad
y el decoro exige una respuesta
que no suene a ocaso,
una alegría bien impostada.

No. Yo no sé vivir a medias
y me desangro.

Y cierro los ojos para no verme.

sábado, 17 de diciembre de 2016

Un acto de fe

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Se marchitan también los inviernos
cuando el león ruge al amanecer
y las palabras conjuran silencios
que retoñan,
que florecen y se atreven a ser.

Ya no nos duelen los infiernos,
personales,
intransferibles.
Ya ardimos en la inercia.

Los tiempos están cambiando.
Los tiempos nunca dejan de cambiar.

No somos hoy mejores que ayer,
al menos aprendimos eso,
y quizás eso nos redima
de un presente traidor
y de un futuro herida.

La vida exige un acto de fe
y una pizca de inconsciencia.
Instinto animal.
Aceptar que nadie sobrevive.

La vida exige testigos.

Ni absueltos ni condenados,
no aprendemos a ser reos,
volamos sin alas,
con los pies en el suelo
y el alma desatada.
No existen los sueños
pero soñamos.
La orquesta abandonó el baile
pero bailamos.

Cuando nada importa,
todo importa nada,
salvo quizá
atreverse a respirar.

sábado, 3 de diciembre de 2016

Sueños lúbricos

La conocí hace mucho tiempo. Aquel era otro mundo, y nosotros éramos también otros. Por aquel entonces yo aún creía que podría comerme el universo de un bocado, y ella, ella salía con un buen amigo.
Ha llovido mucho. Vivimos en una tierra húmeda.
Resulta curioso cómo algunas personas desaparecen sin dejar apenas rastro. Un día dejas de verlas, y dejan de existir, se esfuman. En cambio otras se hacen recurrentes en la ausencia, aparecen en los lugares más insospechados, te guiñan un ojo, y se van, pero no se borran, dejan un íntimo e inexplicable convencimiento de que no será imposible lo improbable. Y te hacen sonreír.
Ella pertenece a esta segunda categoría. Nuestras miradas siempre tendieron a encontrarse. Sin maldad. Sin remedio.
Ayer la volví a invitar a cenar. Se excusó.
De cualquier modo no era el hambre lo que me empujaba.
La soledad y la noche permiten cambiar las reglas.
Cuando entró, la puerta estaba absurdamente abierta, sonaba música suave, tupida y aterciopelada. No hacía falta disimular. Nuestros cuerpos nos delatan. Ella comenzó a hablar, áspera y sentimental, a encandilarme con su lengua saltarina y revoltosa, a llevarme de aquí para allá, siguiendo el movimiento de sus manos, esperando el roce nimio, el contacto tibio de su cuerpo contra el mío. Y llegó. Su mano se detuvo dulcemente en mi antebrazo, despacio, como un ascua que no quema. Sobraba la palabra, pero la lengua se desbocó. Un beso casi olvidado de tanto manosearlo se reveló insignificante. No hay droga mejor que la luna.
Nuestras bocas ardían e intentábamos ahogarlas en saliva, que manaba y acababa derramándose, de puro placer. Mis dedos buscaban desesperados su piel, ávidos de leer una historia que nunca ha sido suya, ávidos de escribir. Su ropa pronto acariciaba la mía, en el suelo de una habitación desconocida y desdibujada. Importaban sólo nuestros cuerpos. Imploré el silencio de los cielos al construir mi propio infierno. Nunca la fe ha alentado mis pasos, pero creo en ti y creo en tu cuerpo, me descubrí blasfemando ante sus senos. No hay más arte que encontrarte. Mis manos trazaban caminos inexplorados que luego recorrería mi lengua, en pos del conocimiento fundado de la fuente del placer y de la vida. Su cuerpo. Su cuerpo. Tan alejado de la perfección que rozaba lo sublime. Una encrucijada dónde convergen todos los caminos, una pregunta para todas las respuestas. Una patria.
Ella permanecía expectante, entreabierta, ajena a las excusas y al propio tiempo diluido. Yo susurraba verdades en silencio, y me dejaba observar mientras tallaba esculturas de aire comprimido, mientras besaba sus labios y bebía sus secretos.
Si el arte fuera arte sería esto. Sus manos sujetaban mi cabeza como se sujeta un violín de Stradivari y un concierto de música imposible surgía de mi lengua entre sus piernas. Alea iacta est, sentía palpitante. Carpe diem y a volar.
Después llegó la entrega. Ofrecerse e inventarse. Olvidar las cortinas. Desvelarse. Ser tiempo que busca una eternidad inabarcable. Naufragar y aferrarse.
Ella tiró de mí, y yo no me opuse. Me gustaba verla así, dueña de sí misma, montando su destino, a horcajadas. Sus ojos clavados en los míos eran poesía sin verso, el ritmo del desamparo vencido por la alegría, por la felicidad de saberse vivos, todavía.
Iba y venía, iba y venía, y no dejaba de mirar. Y su mirada ardía.
Reventar de placer no puede ser pecado.
La noche inventa sueños que a veces se comparten. A veces.
¡Quédate a soñar!


jueves, 24 de noviembre de 2016

Preguntas que importan (y no importan)

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Cuando respiro, respiro,
y no me harto.
Y sí, algo marcha mal,
los amaneceres hieden a obituario,
la esperanza huye,
la candidez deserta.

Apenas ayer soñábamos
escribir los versos más tristes,
más endiabladamente tiernos,
y dulces,
y austeros.
Y no.

Los versos que soñamos
también son de agua,
también son de aire,
se exhalan
y se olvidan.

Para que otras calles
bendigan tu nombre
yo invoco mi silencio,
una ausencia equidistante
y suicida.

Sabemos remendar la historia con un lápiz.
Sabemos vender simulacros.

Lo que nunca pudimos siquiera imaginar
es este a pesar de todo,
este ansia que no cesa,
el instante, insignificante y absurdo,
que media entre el amor y el odio.

No importan las preguntas
si no seducen las respuestas,
en cambio,
si nos seducen las respuestas,
poco importan las preguntas.

Sé que respiro.
Y no me harto.

sábado, 19 de noviembre de 2016

Los magos

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Los magos se enfrentan a un dilema
íntimo
que apenas comparten disfrazado,
travestido,
intentando velar la propia ausencia.

Custodian anaqueles forrados de libros,
viejos símbolos de nada,
mientras juguetean con una cerilla
y con un alma en llamas.

Sus conjuros son de aire,
permanecen sólo mientras tanto,
aletean y huyen,
inmarcesibles, de canto en canto.

Ser y no ser es un pleonasmo,
una metáfora,
un atisbo de ironía,

los magos denodados cantan
su angustia y su verbena,
su dicha y su apatía.

Juegan a inventar la primavera,
ateridos por el frío,
a merced de las tormentas,
invocando un código secreto
que no da de comer,
pero alimenta.

Vienen a gritar su duda inerte,
su tiempo detenido,
su eterna mala suerte,
sus desvelos,
mis deseos,
tus olvidos,
conscientes
de que quizá nacimos muertos,
pero nacimos.