cuando lloras,
en el fatídico momento de consagrar la soledad
y la verdad del yo,
ese hipócrita asesino
que te mira de reojo.
El croupier baraja las cartas
y nosotros jugamos a ciegas,
a tientas,
a sabiendas
de que la banca siempre gana,
y solo nos queda envidar,
o enviudar.
La chimenea vierte su
vómito de humo.
Quizá quema este otoño salvaje.
Quizá arde
y los rescoldos ya no templan las almas en pena,
las penas que vagan,
cogidas de una mano imaginada,
por las calles que siempre se llaman tristeza,
que siempre huelen a melancolía
y a cerrado, por derribo.
La música acompaña las miradas
que bailan ensimismadas,
urdiendo lazos de aire
que se quieren eternos.
El amor no conoce la humildad.
El amor detesta la cordura.
Toda sentencia es falacia,
nosotros no aprendimos a ser jueces.
Nuestra ley es el perdón.
La saliva apenas humedece la garganta
cuando hablas
y dices,
verso a verso,
lo que sientes decir.
y dices,
verso a verso,
lo que sientes decir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario