Todos los poemas tienen un último verso,
un punto final e inexorable,
un silencio asesino
tras la última palabra.
Ese es el momento decisivo,
los susurros se diluyen y penetran
la existencia reflejada en un vacío
que traiciona la memoria.
Los monstruos se hacen dueños
del jardín bajo tu cama
y todos los miedos se frotan las manos.
Los halagos te resbalan
y los relojes son afilados cuchillos
que se clavan,
un poco más,
y desangran.
Las miradas ausentes
te recuerdan quién eres
y el olvido que no es se impone,
perenne en la memoria.
Todos los poemas tienen un último verso,
un abismo de ecos
que subyugan y reverberan
horadándote a ti mismo,
desde dentro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario