jueves, 23 de abril de 2015

Tu propio silencio

Construyes altos muros para ocultar tu vergüenza,
para que no vean tus lágrimas rodar,
para sentirte diferente y único en un absurdo hogar
sin salida.
Pasas tus días observando tu ombligo,
esperando una esperanza que quiera brotar,
ebrio de recuerdos que han sido y no han sido,
como un ángel custodio.
Tus ojos se acostumbran a la oscuridad
y nunca duermen,
siempre vigilan,
siempre sospechan.

¿Es que no has aprendido nada?
El mundo es una esfera.

Todos los muros terminaron sucumbiendo:
lo dicen Babel y Boabdil,
lo dicen Roma, Persia y Madrid,
Gorbachov, Jesucristo, Mahoma,
Stephen Hawking y Dalí.

Los alambres de espino se oxidan y mueren,
los himnos se olvidan,
se olvidan los nombres de los héroes anónimos
y se cifran nuevos mitos
que reverberan un instante y se esfuman,
a golpe de hombre y de hambre.

Tú también morirás, encerrado en tu trinchera,
con el uniforme raído por la pena,
y umbrío casi bruno.
Apenas quedará tras de ti tu propio silencio,
en bocas ajenas.


lunes, 6 de abril de 2015

Verdades ajenas

Había besado todas las bocas…
pero no sabía besar.
Coleccionaba recuerdos pecados
que ya ni siquiera atormentaban,
que eran nomás un vestigio
de guerras perdidas antaño.
Ahora se puede decir:
no es más hombre el que más mata,
son los héroes los que mueren
con sabor a quimera en los labios
y a sangre desvalida.
(Atreverse a saber
o
atreverse a morir.)
Ahora,
en este instante inmarcesible
y lúcido,
es tiempo de decir y reivindicar
el desamparo que engendra la soledad,
de venderse a un satán mínimo,
de crearse y creerse una verdad.

Solo le dijeron que no sabía besar.
Y les creyó.


miércoles, 1 de abril de 2015

El extravío

Me siento,
y en silencio cargo con el peso de los días
que he vivido,
que me quedan por vivir.
Siento áspera la inercia que va arañando
mi piel y mi esperanza
en este absurdo pan para hoy.
Nada crece verde en la tierra umbría.
Siento la mirada de los dóciles
y de los aguafiestas
clavada insensiblemente en las entrañas,
y sangro apenas,
como si realmente no importara.
Siento que los motivos eran otros,
que los caminos eran otros,
que los silencios tenían que ser otros,
pero fueron estos mismos:
motivos de oro o de barro,
caminos de espina y espanto,
silencios de verbo abarrotado,
precuelas inefables de un abismo
tan propio como impersonal.
Soy hijo del silencio de los cielos,
del caminante no hay camino,
del superyo despertando de sus sueños,
soy de la generación del extravío.
¿Qué hacer cuando el deseo se pudre?