En los ignotos tiempos del edén
no sabíamos correr ni sabíamos gritar,
todo era incomprensible y fácil,
una excusa para dios.
Aprender la desbarbarie es duro e
infructuoso,
una empresa para héroes que nunca
existieron
más allá de nuestra imaginación
estrecha o maltrecha,
ducha en impostura.
Las palabras son solo excusas,
y se diluyen escas de sent,
se alejan
y se
acercan
y mueren de inanición.
Como las gargantas y los sueños.
No sabemos correr porque no hay lugar
adónde huir
cuando se escapa de uno mismo;
no quisimos aprender a gritar
para no escuchar el eco de la miseria que
nos alimenta.
Observamos atónitos.
Parasitamos atónitos.
Aniquilamos atónitos.
Y de repente, sin aviso previo,
retorna la fe y nos cerca,
clamando venganza.
Y atónitos regresamos al redil.
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ResponderEliminarPalabras que huyen impasibles de las cavernosas gargantas que agonizaron en tres suspiros, palabras que huyen de nosotros.
ResponderEliminarTal vez no nos enseñaron que gritar es fluir con el eco de un vacío denso de miseria y alimento.
La fe no es más que otro latido, ni menos que otro sentido.
¡¡Un abrazo!!
¿Cuándo ese abrazo y esos gritos compartidos? Dime, ¿para cuándo?
EliminarOjalá no me falten nunca tus palabras viajeras, que conjuran las distancias y acercan los sentires.
Te quiero, Raquel.