Te dije que soñaba con tu cuerpo;
que tu piel era el mapa que escondía mi
tesoro;
que tu saliva era maná generador de vida;
te dije que te amaba, y no mentía.
Las palabras tienden puentes y son
parapetos.
Lo que no te dije fue la insumisión,
la caricia aterradora de la duda que
corroe
y brota como una enredadera
que agrieta los muros y demuele.
No te dije que yo era el joven poeta
terco
que absorto se empalaga
y hierve en la belleza del canto del
grillo,
estridente y también terco.
No te dije que solo sé escribir
silencios.
Las palabras son traiciones al alma.
Al alma traidora.
Al alma miserable.
Al alma caprichosa.
A un alma que se disfraza con mis trajes,
soportando su impostura.
Tal vez las palabras puedan crear puentes o parapetos, pero estos últimos sirven también de apoyo para no caerse. El alma no entiende de etiquetas ni disfraces, sólo el corazón puede ocultarse en el mismo traje de cada día o en el mismo día con distinto traje.
ResponderEliminarSiempre que se use como medio y nunca como fin, la palabra (escrita, cantada o susurrada) es cura para el alma.
Un poema muy bonito Álvaro.
Gracias Raqueliña. La palabra es solo un parapeto para el alma, supongo.
EliminarBello poema que habla y calla...
ResponderEliminarBesos muchos
tRamos
Muchas gracias.
EliminarMucho gusto.
Álvaro.