El frío de este enero inverosímil congela
la vida,
incluso el tiempo se resiste a pasar,
y el silencio se instala y se acomoda.
El banco de la plaza amanece sin pareja
los lunes,
como si el amor fuera un espejismo de fin
de semana y juventud,
como si todo caducara o caducase,
y solo un metálico poeta lo observa desde
su pedestal,
equidistante de la vida y de sí mismo.
Las ventanas paradójicas ofrecen luces y
esconden sombras,
las puertas se cierran a cal y canto y se
arrojan las llaves,
y las palabras son ladrillos que elevan
muros infranqueables.
Es un tiempo de silencio,
de ser caricatura que respira y expira,
de palabras sordas entregadas al desamparo de la usura.
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