Admito los rugidos de un león alado
solo en su roca,
rey de nada.
Admito los jugos del deseo,
la inercia de la tristeza
y la palabra que sangra.
La oscuridad se instala y pierdes
referencias,
y te encomiendas a un recuerdo que
traiciona,
que malvende tu esperanza a un silencio
que te encierra en lo más hondo de tu
piel.
Solo los valientes sienten miedo
cuando se enfrentan a sí mismos,
seguros de morder el polvo y las
entrañas.
Fracaso. Fracaso otra vez, y vuelvo a
fracasar.
Pero nunca fracaso mejor y la piel me
arde
devolviéndome una imagen más gris
que visto de colores, por evitar el
suicidio.
La bohemia, la impostura, la poesía
y un espíritu de holandés errante,
un abismo personal,
un infierno elegante,
la huida del que mira el mundo desde las afueras,
absorto, como todos, en su propia
pesadilla,
vacunado contra utopías y quimeras.