Rugimos un instante,
como leones orgullosos luciendo melena,
tras hacer el amor.
Quítate
las vendas de los ojos,
repetía tu mirada felina
arañando un alma de seda.
Y yo a tientas respondía,
tembloroso ante tu ropa interior.
Solo
vendo humo, aire gris y turbio,
confesaban mis manos exiguas,
con las palmas vacías y vueltas,
solo
un instante de tiempo detenido.
Soñar es fácil con los ojos cerrados,
y entreabiertos,
para despertar en una lágrima
que aún calme la sed.
Como maná.
Los amaneceres siempre son tristes,
siempre son profundos,
un embrión de futuro con música de
Kubrick,
un renacimiento.
A menudo los viajeros,
acostumbrados a perder sus trenes,
se sientan sobre su maleta
a dejar que la vida suceda,
como si no importara.
Pero importa.
Y a veces lo descubren
y se encuentran
y se aman.
Se aman,
aunque el tren no sea más que una ilusión
que no se atreve a ser destino,
aunque presientan en cada beso la semilla de un adiós,
porque ambos son viajeros amantes del camino.
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