viernes, 26 de diciembre de 2014

La atalaya

Aún se escucha el rumor de alaridos,
el estruendo de estertores que acompaña a la batalla,
el crujir de los héroes vencidos,
la muerte ofrecida al altar de la Causa.

El viento pregunta quién ha ganado,
pero no aguarda respuesta. Él sabe.
Él cambia y me golpea.
Él me recuerda que estoy vivo. A mi manera.

En la distancia una jauría de niños
persigue su presa: la acechan pletóricos de alegría,
gritando denodados su eterna buena suerte,
la cercan con las fauces abiertas
y de bruces descubren el suelo,
la esperanza siempre es abstracta,
apenas otra palabra, una palabra nomás.

A veces llueve. A veces el sol aprieta.
Solo el viento es constante y es variable.
Solo el viento barre y lima.

Todos los hombres son nombres
que se hinchan de puro ego y revientan
para terminar en una piedra,
a merced del viento,
vueltos a la nada.
Todos los nombres son silencio.

Te siento también con tu vida a lo lejos,
cercana al horizonte,
ambigua y desnortada,
y te amo más que nunca, aunque tú no me veas.

El abismo me aturde y me atrapa,
mis piernas danzan macabras,
y ya solo encuentro palabras.


1 comentario:

  1. El viento acompaña la marcha, siempre solemne, de una muerte que nos aguarda, nos aguarda y nos persigue como juicio y vestigio de la nada.
    Y se va llevando a los que más comen, a los que más ríen, a los que más sufren, a los que más aman, al fin y al cabo te va gastando mientras admiras inmóvil allí mismo, desde tu atalaya.
    El abismo se viste de silencios sin hombres y sin nombres, pero levantando la vista el nombre se hace verbo, allá a lo lejos, en el tímido horizonte.
    Precioso poema Álvaro, me llena de emociones y fascinación. Eres grande. Un gran abrazo.

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