miércoles, 5 de noviembre de 2014

El caracol

Dicen que el mundo se creó,
pero no es cierto,
el mundo se crea,
sin motivo aparente.

Sálvese quien pueda.
No.
Nadie puede.
No nos engañemos.

Mi mundo cabe en mis ojos
y en mi boca,
y en mis manos que tocan,
cuando me embargo,
por primera vez el mar
y se estremecen.

Mi mundo son imágenes dispersas:

calles de barro que huelen a mierda
y trinos de golondrina bajo los tejados,
pantanos de júbilo estancado;

calles de hierro resbaladizas y saladas,
las putas del puerto y la cruz de pillar,
adolescentes imberbes buscando argumentos
para una buena novela con mal final;

calles de piedra pulida por el oro y por el tiempo,
la libertad vendida al mejor postor
y un pobre pidiendo limosna en cada esquina,
¡viva la república! (sea lo que sea)

Mi mundo son voces que sonaron
o que suenan:

el tanguista de tangar, con su mano dispuesta,
el que me regaló un porqué y lo escribo;

la diosa de todas mis plegarias,
el compañero fiel y hermano,
los amigos, las parejas,
las que no son, las que serán, las que han sido;

las que dicen En un lugar de la mancha
Donde habita el olvido
No me gustas cuando callas
pero hay que haberlo vivido,
para contarlo.

Mi mundo me lo llevo a cuestas,
como un caracol
preso de sí mismo,
absorto en su quimera,
y cuando muera
conmigo morirán mis amores y recuerdos,
mi mundo y su torpeza.


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