Cuando olvido tu cuerpo
me pierdo en mi propia insignificancia,
y yerro con los ojos cerrados.
Todos los cuerpos son tu cuerpo,
pero tú permaneces ausente,
como la muerte demorándose,
segura de una victoria incontestable.
Recorro siluetas que mecen sin llegar a
estremecer,
sombras de tu sombra,
imágenes robadas a un espejo.
Me turbo si te intuyo, de puertas
abiertas,
cerca, al doblar una esquina,
en la vecina del tercero,
en la profesora de llanto
o en la esposa de madera.
Me turbo… y huyo.
Te conozco. Sé que estás ahí, esperándome.
Carácter es destino,
susurro en tu nombre,
ni solícito ni esquivo,
al cabo, y al fin,
vivir sin ti no es mejor que morir contigo.
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