sábado, 20 de septiembre de 2014

El abuelo

El abuelo apenas sonríe.
Permanece en un rincón,
ajeno,
como si la vida fuera cosa de otro tiempo,
como un mueble,
ajado y herido,
lleno de lascas y recuerdos,
que perdió su brillo
y vegeta inservible.
Cuando escampa la tormenta
y el sol retorna a su mirada
habla,
pero sus palabras son lágrimas de impotencia,
estertores de júbilo que presienten el silencio,
y lo aman,
y lo temen.
El abuelo hace tiempo que me observa,
y calla,
y otorga.
Yo le cuento mis batallas,
visto las derrotas de tablas honorables,
me disfrazo de hombre de bien,
y dejo que me apriete la mano:
Él conoce la guerra.
En ocasiones simplemente nos sentamos,
cerca,
y sentimos el tiempo pasar a nuestro lado,
como un desconocido que te roza
y te roba la cartera.


lunes, 15 de septiembre de 2014

Fundido a negro

Nunca fuimos extraños.
Antes de doblar aquella esquina,
de leer el periódico de ayer,
aderezado con un sabroso café aguado
y un croissant made in china,
de enfrentarme a otro lunes traidor,
antes,
mucho antes de eso,
yo ya te conocía.

Tu voz resonaba en todos mis rincones,
asumiendo un eco perenne,
y repetía una y otra vez la palabra,
denodada y transparente.

Tu mirada latía inquisitiva en todas las miradas,
como un león al acecho.

Yo ya te conocía,
presentía tu presencia
y soñaba que escapaba,
indemne una vez más,
del abismo de tu ausencia.

Y aquel lunes otoñal,
gris y terco en la tristeza,
te vi.
Te vi y supe que eras tú,
que habías sido siempre tú.

Fundido a negro.

El martes los diarios destacaban
la insultante belleza
de la suicida matutina.