Hay quien dice que escribo triste,
que siempre parezco al borde del suicidio
en mis poemas,
que soy alérgico a la esperanza.
Puede.
Quizá sea cierto.
Mis palabras probablemente son insanas,
un alarido constante,
el terror que llega tras la curiosidad,
el apabullante desamparo,
la continua y adorada intrascendencia:
dios no es más que otra palabra.
Al fin y al cabo solo cabe engañar al
tiempo,
que ni se gana ni se pierde,
y consagrarse a la inutilidad.
Con pasión acaricio otras manos
a pesar de la soledad,
acepto la traición
como condición sine qua non,
y vivo,
a pesar de todo.
Si vomito la tristeza,
no te aflijas,
solo es un hechizo,
un estertor en verso,
un modo,
como otro cualquiera,
de conjurar la sonrisa,
siempre irónica y terca.
Derramar nuestras penas, espantar fantasmas, diseminar soledad, es parte de lo medicinal de la poesía. Somos seres en constante movimiento, físico y emocional. El espíritu es nuestro mástil y por ello creer y creer que eso tiene un asidero y sentido, a mi me da consistencia y fuerza. Tengo fe.
ResponderEliminarMe encanté con tus letras.
Un abrazo.
A mi me calma el saber que nada tiene mucha importancia, que somos casi hormigas afanosas alrededor de un hormiguero, u otro hormiguero…
EliminarMe alegra que te haya gustado.
Un fuerte abrazo.
Álvaro.
el conocimiento siempre es producto del trauma que supone encararse con las contradiciones de la vida, ponerlo por escrito es un acto de alegre valentía y solidaridad, además de la constatación de la humildad imprescindible para mantener una sonrisa sana que es precisamente la que me provocan tus versos, que no te importe el juicio de la indolencia, sigue versificando tu conocimiento, es un alivio.
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