jueves, 10 de julio de 2014

El andén II

Los niños se despiertan abrumados de terror,
empapados de frío y de angustia,
y no comprenden nada más allá de una caricia.
Pero nosotros ya no somos niños
y las caricias van siendo poco a poco ausencias,
recuerdos ajados.
Todos los trenes se pierden
cuando olvidamos que somos maquinistas
y nos vestimos de pasajero anónimo,
sentado sobre una maleta demasiado pesada,
llorando a solas en un andén,
sin destino aparente.
Baste saber que las vías no conducen a ninguna parte,
que el origen y la meta son dos espejismos de la misma ilusión,
que los macutos rebosan piedra y agua
para levantarse y andar,
como lázaro,
ni ciegos por el brillo de un términus universal,
ni esclavos de un pasado que exige cuentas al olvido,
simplemente vivos,
enfermos de presente,
empantanados,
exiguos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario