jueves, 8 de agosto de 2013

Vértigo


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Dos días y una vida son
en ocasiones
conceptos muy próximos.
Uno despierta a la niñez en un abrazo,
tierno e inocente,
que refleja un amor a raudales,
sin condiciones.
La adolescencia es un paseo
que derrama confidencias
con el vaivén de las olas,
que construye lazos
que siempre permanecen.
Después viene la joie de vivre,
la pasión que se derrama
entre risas y huidas medidas,
un certero deseo que alimenta
un amor adulto,
despojado de infamia.
La vejez es ver el fin,
sentir entre los dedos de los pies
las últimas arenas del paraíso,
apurar los estertores de sueño,
celebrar y celebrarte en cada beso.
Y la muerte.
Y descubrirse viudo.

2 comentarios:

  1. Me gustan especialmente estos versos, quizá porque te imagino feliz, quizá porque emanan una ilusión renovada, o reencontrada, quizá porque soy una romántica a la que le gusta que sus amigos paseen de nuevo por la adolescencia. Y me alegra, me alegra tanto que ésto sea lo que has escrito...
    Besos y felicidad (aproveche usted la inspiración que trae el amor adulto, hágame caso) ;)

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  2. La joie de vivre es algo endógeno a algunas personas, como el esplín es connatural a otras, y bueno, aparecen en todas las etapas mutantes por las que pasamos en la vida, y sin duda son potenciadas por el amor y el desamor.

    Me ha parecido un poema excelente, Álvaro.

    Un abrazo.

    Namasté.

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