lunes, 31 de diciembre de 2012

31 de diciembre


Los hombres —y las mujeres— se abrazan y se besan,
una vez y otra, como en un ritual extraño y sin sentido,
mirándose fijamente a los ojos, reconociéndose.
Las palabras huecas se ensanchan de esperanza
y entre beso y abrazo se escucha como un susurro
la misma frase perenne, “aún sigo aquí”.
Porque nada dura eternamente.

Yo observo y dejo hacer, desde los palcos.
Me siento intrigado a contemplar el júbilo
de la renovación periódica y demente
de un espacio de tiempo imaginado.
Y también la derrota dibujada en algunas miradas.
Y las lágrimas ausentes de los que no.
Y, a pesar de todo, sonrío.
Porque nada dura eternamente.

Y porque nada dura eternamente
yo propongo fundar la esperanza cada día,
multiplicar besos y sumar abrazos,
festejar cada centímetro, cada milímetro
de todos los metros inabarcables,
dejar los palcos e implicarse.
A pesar de la sospecha de la muerte.

2 comentarios:

  1. Sin ser una gran entendida en poesía, te felicito por esta reflexión. Todo aquello que no dura eternamente debe saborearse más si cabe.

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