Cepillarse los dientes cada mañana,
automáticamente ojear el espejo
y descubrir el continuo ojeras orejas,
conjurar el disimulo.
El camino sempiterno que conduce
siempre a Roma,
dondequiera que esté.
Hablar como si todo importase
o como si nada importase,
tanto da.
Regalarse quizá una mirada furtiva,
una concesión al deseo más oculto,
y naufragar en sueño.
Mi tiempo es al fin y al cabo una ironía
que multiplica palabras de aire,
una ráfaga hilarante.
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