martes, 17 de abril de 2012

Ansias de renacimiento

No me juzgues tan ligeramente,
no tengo otro tesoro
que el aire malamente hurtado al mundo,
un tiempo de oro
cercenado a cada instante.

Comprende que prodigue los gritos,
los alaridos y los aullidos
cada noche a una luna pendenciera
que guiña un ojo, pero cierra las piernas.

Comprende el terror de comprender.

Cada segundo ha muerto,
y yo he muerto con cada segundo,
insistentemente,
inconscientemente,
como una manada de bestias en fila,
esperando turno en el matadero.

Todas las palabras escritas
son epitafios insignificantes,
absurdas retahílas de ausencia
desvencijada en las tinieblas.

Los pasos fueron y han de ser erráticos,
no hay destino posible para los apátridas del tiempo.

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