sábado, 3 de abril de 2010

Paradoja


El día amaneció opaco.
Las calles desiertas se mostraban hostiles.
Ni golondrinas ni gaviotas.
Todos los semáforos gritaban precaución
titilando como estrellas sin alma.
En la distancia, el eco terrible de la soledad
amenazaba victoria.
No había tras los cristales de los escaparates
ni aire que respirar.
Todo lo invadía la tristeza y la inquietud,
y sin embargo...

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