jueves, 20 de agosto de 2009

Magnicidio


Salvo quizás, por esa casi imperceptible gota de sangre seca que furtiva decidió esconderse entre los pliegues sedosos de la sábana real. ¡Oh infortunio!
Él, que había preparado minuciosamente toda situación, cada gesto, cada palabra, enfrentado ahora al absurdo de su propia mentira.
Caprichosas, crueles son las ruedas de Fortuna, pensaba absorto esperando veredicto en la mazmorra más oscura y profunda de Palacio.
¡Necios! ¿Cómo podían siquiera pensar que su sangre había de ser azul? ¿Qué clase de nación regía? ¿Qué monstruo había creado?
Él, hijo de Rey, nieto de Rey, traicionado por su sangre.
El día de su muerte un grito unánime recorrió las arterias de la villa: ¡DEMOCRACIA!

1 comentario: