miércoles, 5 de agosto de 2009

La ciudad


La hierba no crece en estas calles
que multiplican el ensordecedor
quejido del asfalto.
No hay flores más allá del cementerio,
y son éstas marchitas sombras
de un recuerdo de un recuerdo.
El mar se antoja depresivo,
cansado de ir y venir sin rumbo,
escupiendo sin descanso su agonía.
Este cielo de todos los demonios
que ofrece su manto ya no azul,
lamenta su miopía aullando a las estrellas,
ausentes.
Sólo los gemidos extraños
de sus habitantes en llamas
recorren las avenidas de la ciudad interminable,
seguros de la certeza,
esquivando y esquivándose.
Urbanitas podridos con los ojos arrasados,
perdidos,
como un hombre que,
enfrentado al espejo en soledad,
no ve más que su propio reflejo.

2 comentarios:

  1. que sorpresa Álvaro...cuanto me gustan estos apeaderos, voy a dar una vuelta a ver si tienes bar y me siento tranqilamente a leerte, que es una delicia.

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  2. Bar... con su cervecita fresca y su blues al alma, tranquila y soleada terraza.
    Aprecio y agradezco tu opinión.
    (Sonrisa a vuelta de correo)

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