viernes, 17 de julio de 2009

Ensayo sobre la incomprensión


Antes de comenzar a divagar sobre la incomprensión he de pedirte comprensión ante mi prosa, enferma de verso, y ante mi razón, enferma de sinrazón.
Hubo quienes, ávidos de conocimiento y geografía, se dedicaron a forjar lazos, construir puentes, vías apias y aeropuertos.
Hubo quienes levantaron muros de Berlín o de la vergüenza, grandes y pequeñas murallas, quienes se enrocaron o se fortificaron tejiendo fronteras. Hubo guerra de los seis días, de los treinta o cien años, mundial y total. Hubo esclavos y esclavas. Hubo reyes y nobles. Hubo tiranos y déspotas, asesinos, granujas deleznables, poetas y filósofos. Hubo hambre, frío extremo y calor sofocante. Hubo muerte, mucha muerte.
Todo esto hubo, pero también sonrisas, interminables noches de amor o sexo, niños corriendo y gritando, ajenos a la historia, e históricos acuerdos de paz, sellados con sangre y con palabras. Hubo buscadores de tesoros, niños grandes jugando a ser pequeños, hacedores de milagros, poetas y filósofos. Hubo arte, simpatía y, a veces, amor.
Claro, hubo quien detentaba la verdad, quien pensó decidir por todos, el que no toleró.
Hubo todo esto. Hubo enemigos a muerte. Hubo imposiciones. Hubo algún traidor.
No puedo más que declararme inepto, tonto, simple, vacuo. Porque no lo entiendo. Esforzados buscando romper el átomo hemos destruido la hierba. Buscando oro vaciamos la montaña. En pos de la paz guerreamos sin freno, libidinosos.
Decía Einstein que desconocía el tipo de armas que se usarían en la tercera guerra mundial, pero que en la cuarta serían palos y piedras protagonistas. Triste lucidez.
No lo entiendo. ¿Qué vendrá después? ¿En nombre de quién la muerte?

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