jueves, 2 de julio de 2009

PARÍS


Deseaba ser en ti, construir un sentimiento entre tus calles al modo de Cortázar, de esquina en esquina, de puente a puente. Vivirte y beberte como Hemingway.
Te quise antes de verte, antes de respirarte.
Anhelaba conocer tu nombre oculto, besar todos los labios entre tus brazos.
Descubrirte fue peor.
Fue peor la soledad del aeropuerto, llena de sueños emergentes. La espera angustiante sentado en un vagón de metro observando naves vacías, sucias, edificios pintados de amenazas, agolpados frente a las vías, pequeñas casas que tiemblan de miedo ante el paso de mis sueños. Acercarse a París un día de lluvia, en pleno invierno, en un vagón de metro no es tan idílico, solo no es tan romántico. Alguien ocupa el asiento de enfrente, a duras penas aparto mi equipaje, me rodea el mundo entero, desfallezco.
París es una ciudad desmesurada, poco propicia al amor, demasiado grande, demasiado alta. Uno se siente analfabeto en la cuna de la cuna de la democracia, des droits de l’homme, del savoir vivre y de la arrogancia. Banderas tricolores recuerdan la grandeza de Francia.
Por sus calles mártires, pobladas de resurrección, caminan dioses dignos de otros tiempos, apolos apuestos por los Campos Elíseos, gendarmes vigilantes en los Campos de Marte, nadie en la Place de la Concorde.
Cementerios, iglesias, mausoleos del arte y del amor, besos de postal ennegrecidos, arrabales de asco y de dolor. Ese París he visto yo, una ciudad paria debatida entre su imagen y su yo.
Naufragué en sus calles titanes, no conseguí el amor.
Y sin embargo te quiero, por tus dudas, por tu cielo, por los jardines de vida que te inundan, y la promesa enajenada de un rencuentro.

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